Me han devuelto la sonrisa

El paso más difícil es el primero, denunciar. A partir de ahí todo debería ser sencillo, pero no es así. Todo lo contrario. Tu maltratador está enfadado y tú no sabes dónde está. No puedes controlar sus movimientos ni adelantarte a sus reacciones.

Denuncia, orden de alejamiento, servicios sociales, psicólogos. Te sientes sola. Perdida. Asustada. Pero la vida sigue, no puedes parar, por mucho que quieras no puedes acostarte y taparte la cabeza indefinidamente. No. Hay que seguir.

Pero… hacia dónde?

Una amiga que tiene otra amiga, así fue como llegué yo a la Asociación Pepos Andalucía. Invisible incluso para mi misma.

Desde el primer momento, desde el primer contacto, la coach, la psicóloga, el adiestrador. Todos me hicieron sentir que tal vez dentro de mi oscuridad podría existir alguna luz.

Cuando conocí a mi perro, aunque no era la primera vez que tenía perro, todo eran dudas, y preguntas, después de todo, este perro no era una mascota. Ahí empieza el trabajo de los adiestradores, Sebastián Rayo, un ángel, colmado de paciencia con todas nosotras. Y Rodul, nuestro “malo”. Ellos, un entrenamiento tras otro, han hecho de mi perro y de mi un equipo. Un “binomio”, como ellos lo llaman, perfecto.

Los Pepos son perros especialmente entrenados para ser nuestros protectores, pero realmente son mucho más.

Mi perro me ha “obligado” a salir, a pasear, a disfrutar de un atardecer en la playa. El está conmigo cuando estoy triste y me acompaña. Está conmigo cuando estoy contenta, y también me acompaña.

Cuando llegué tenía mis dudas sobre si un perro de protección podría ayudarme a sentirme más segura, solo es un perro, pensaba. Ahora, gracias a la Asociación y a mi perro me siento parte de algo, tengo nuevos amigos, nuevas aficiones, he recuperado mi vida.

La Asociación Pepos Andalucía me ha proporcionado un perro protector sin coste alguno, pero también me han dado muchas más cosas. Encontré ayuda, apoyo, confianza. Los adiestradores continuamente se preocupan por adaptar los entrenamientos y la formación de los perros a la situación particular de cada una de nosotras y a nuestras necesidades. Nos regalan su tiempo y su esfuerzo y eso hace que te convenzas de que no eres invisible. De que existe gente de buen corazón.

Con ellos he vuelto a la vida. He descubierto nuevas amistades, nuevas aficiones, nuevas esperanzas. Ya no siento vergüenza de mí misma, creo que merezco ser feliz y me empeño en conseguirlo.